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Vida Abundante Uruguay - Viernes 22 de Abril 2022 

Cuando miro a la cruz

Por: Leticia Viera

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Hace pocos días atrás observaba la majestuosa cruz que tenemos en nuestra ciudad ubicada en un punto céntrico de Montevideo. Ella ha sido de referencia para muchos, inclusive geográficamente. Todo se ve con tanta armonía: los edificios alrededor y el fondo de un celeste cielo enmarcan ese gran monumento.

 

En ese instante, me hice la pregunta de lo qué implica esa cruz para la sociedad, qué ocasiona en aquellos que la observan. ¿Se tiene un conocimiento real de los acontecimientos que encierran ese símbolo para el cristianismo? ¿A quién representa?

 

En estos días pasados donde celebramos la pascua, muchos profundizamos  en los hechos alrededor de una cruz. No fue una de cemento ni colocada para embellecer una ciudad si no una de madera, rústica, pesada. Una que implicaba humillación y muerte. La muerte más cruel  que se podía dar en esa época.

 

En esa cruz fue condenado un inocente: el Hijo de Dios, que se entregó por cada uno de nosotros. Simboliza el acto de amor más puro que cambió nuestra historia y la de la humanidad entera.

 

Hubo un antes y después en esa cruz, y, un antes y un después en aquellos que entendemos lo que sucedió y recibimos  al que fue torturado en ella.

 

Cuando reflexionamos en la consumación de ese hecho podemos decir: solo Dios puede amar de esa forma: “Porque  tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda,sino que tenga vida eterna.” Juan 3 :16

 

¿Qué debemos recordar nosotros cuando miramos a la cruz? 

 

Uno de los puntos que estuvimos meditando es que nuestra relación con el Padre ha sido restaurada.

 

“En ese momento la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló y se partieron las rocas.” Mateo 27:51.

 

El plan de Dios desde la caída de el hombre ha sido restaurar su relación y manifestarse de una forma cercana con nosotros. El plan de Satanás, sin embargo, desde el Edén fue separarnos de su presencia, pero mediante  el sacrificio de Jesús  se cae  toda barrera, ya no hay separación, no hay obras, no hay rituales. Podemos entrar confiadamente a su presencia por gracia.

 

Creo que uno de los padecimientos más dolorosos que  Jesús experimentó  en la cruz es el desamparo de su Padre, la soledad experimentada por la ausencia de la presencia de Dios cuando todos nuestros pecados cayeron sobre Él (Mateo 27:46).  Dios  le dio la espalda a su Hijo por un instante para acercarnos eternamente a Él.

Muchos experimentamos lejos de Dios ese vacío difícil de describir que no se compara  al que tuvo que enfrentar nuestro Salvador. Algunos, por causa del pecado, llegan a endurecer el corazón negando la necesidad de ser salvados e inclusive negando también la existencia de Jesús. Lo vemos a diario en nuestra sociedad actual, también sucedió en los días que Él caminaba en esta tierra, e incluso el día que fue crucificado. 

 

Pero vemos en esa dolorosa, pero apasionante escena, que el poder de la cruz fue mas allá de un corazón endurecido. El milagro de los sucesos de la resurrección de los santos (Mateo 27:52) impactaron en el corazón del centurión, el verdugo de Jesús. Él fue capaz de mirar a la cruz y al que estaba en ella, y pudo confesar que verdaderamente Él era el Hijo de Dios (Mateo 27:54).

 

¿Será que hoy  hay alguna condición en la que se pueda encontrar un hombre que no pueda ser quebrantado al mirar a la cruz y ser transformado por el poder de la resurrección? 

Diría que no. Ese mismo poder transformador sigue fluyendo. El velo sigue rasgado. Podemos entrar confiadamente a su presencia. La puerta sigue abierta porque el Hijo de Dios hoy no está en esa cruz, sino que  ¡vive!

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